No soy el típico lunático que cree en conspiraciones, ni alguien que piensa que el Área 51 es un parque temático de extraterrestres. Soy o era un empleado del gobierno. Mi trabajo era aburrido: revisaba documentos, verificaba credenciales, y firmaba papeleo para las instalaciones. Nunca vi nada raro. Hasta hace un mes.
Todo comenzó con un correo cifrado que apareció en mi bandeja de entrada una noche. No tenía remitente, pero el asunto era claro: «PROTOCOLO AEGIS — AUTORIZACIÓN INMEDIATA.« Pensé que era un error, pero mi curiosidad me llevó a abrirlo. El contenido era simple:
«Presentarse en el Hangar 14 a las 03:00 AM. NO traiga dispositivos electrónicos.«
Sabía que el Área 51 tenía secretos, pero siempre asumí que eran armas experimentales o tecnología avanzada, nada más. Me equivoqué.
El Hangar 14
Llegué al hangar esa madrugada, nervioso y con una sensación de que algo no estaba bien. A diferencia de los otros hangares, este estaba completamente sellado, sin ventanas ni marcas visibles. Una luz roja parpadeaba sobre la entrada, proyectando sombras que parecían moverse por sí solas.
Cuando entré, un oficial con un rostro inexpresivo me quitó mi identificación sin decir una palabra. No había preguntas, ni explicaciones, solo un gesto para que lo siguiera.
El interior del hangar era inmenso, pero vacío, salvo por una puerta metálica en el suelo que llevaba a un nivel subterráneo. Mientras descendíamos, el aire se hacía más frío y pesado. Mis oídos comenzaron a zumbar.
«Estamos cerca,» dijo el oficial por primera vez. Su voz era monótona, casi como si estuviera recitando algo que no entendía.
La Sala Negra
Llegamos a lo que llamaban la Sala Negra. Era un cuarto completamente oscuro, salvo por un círculo de luz blanca en el centro. En el círculo había una cápsula transparente, y dentro de ella… algo.
Al principio pensé que era un humano. Tenía forma humanoide, pero su piel era pálida y translúcida, como cera derretida. No tenía ojos, solo cavidades profundas que parecían absorber la luz. Su boca se movía, pero no emitía sonido alguno.
«Es el Sujeto AEGIS,» dijo el oficial. «No mires demasiado tiempo.«
Pero no podía apartar la mirada. Había algo hipnótico en cómo sus cavidades oculares parecían mirar directamente dentro de mí, como si pudiera leer mis pensamientos. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda cuando sus labios comenzaron a moverse más rápido, y entonces lo escuché.
No con mis oídos, sino con mi mente.
«Déjame salir.»
El Experimento
Antes de que pudiera procesar lo que estaba pasando, dos científicos entraron a la sala. Llevaban trajes herméticos y cargaban un extraño aparato parecido a un proyector. Lo conectaron a la cápsula y encendieron el dispositivo.
Una luz pulsante llenó la habitación, y de repente mi mente fue invadida por imágenes que no eran mías: una ciudad en ruinas, cuerpos apilados en las calles, y un cielo oscuro lleno de figuras imposibles de describir. Sentí náuseas.
Los científicos hablaban entre ellos, pero sus palabras eran irrelevantes. Todo lo que podía sentir era al Sujeto AEGIS en mi cabeza. Cada vez que sus pensamientos se conectaban conmigo, era como si mi cerebro fuera una radio sintonizada a un canal infernal.
La Revelación
«¿Qué es eso?» logré preguntar, aunque mi voz temblaba. Uno de los científicos me miró, sorprendido de que aún pudiera hablar.
«No es un qué. Es un quién. Y no pertenece aquí.«
Me explicaron, de manera fría y clínica, que el Sujeto AEGIS había sido encontrado décadas atrás, enterrado en una nave que no parecía de este mundo. No era un extraterrestre, sino algo peor: un viajero de otra dimensión. Decían que su forma física era una imitación, un disfraz para adaptarse a nuestra realidad.
«Está atrapado,» dijo el científico. «Y quiere salir.«
El Escape
Antes de que pudiera preguntar más, las luces del hangar comenzaron a parpadear. El aire se volvió más pesado, casi imposible de respirar. Una alarma ensordecedora llenó la sala mientras la cápsula comenzaba a vibrar.
El Sujeto AEGIS estaba rompiendo el contenedor.
Los científicos gritaron órdenes, pero era inútil. En cuestión de segundos, la cápsula explotó en un estallido de luz negra. Sentí un dolor insoportable en mi cabeza, como si algo estuviera arrancando mis pensamientos uno por uno.
Cuando recuperé la conciencia, estaba solo en la sala. No había científicos, ni oficiales, ni rastro del Sujeto AEGIS. La puerta metálica estaba abierta, y el pasillo que llevaba al nivel superior estaba oscuro y silencioso.
El Mensaje Final
Escapé del hangar esa noche. No sé cómo llegué a casa, pero desde entonces nada es igual. A veces, cuando estoy solo, siento una presencia detrás de mí. En mis sueños, veo al Sujeto AEGIS, parado en un campo de oscuridad infinita, mirándome con esas cuencas vacías.
La semana pasada, encontré un mensaje en mi espejo, escrito en un idioma que nunca había visto antes. No sé qué significa, pero no puedo dejar de mirarlo.
Y todas las noches, justo antes de dormir, escucho su voz en mi cabeza:
«Déjame salir.»