Acceder al Canal de Youtube
Reproducir

Los Ecos del Hospital Maldito

La lluvia caía en un ritmo irregular, como si el cielo dudara entre llorar y contener el aliento. El Dr. Adrián Morales observaba el edificio desde el coche. El antiguo Hospital San Gabriel se alzaba como un coloso en ruinas, envuelto en sombras incluso durante el día. Habían pasado diez años desde que cerró sus puertas, y Adrián, ahora un hombre encorvado por el peso de los remordimientos, regresaba buscando algo que no podía nombrar.

Adrián había trabajado allí durante cinco años, hasta el día en que un brote inexplicable de violencia entre pacientes llevó al hospital a su cierre abrupto. La tragedia había dejado un reguero de muertes inexplicables y un silencio administrativo. Pero Adrián no buscaba redención; buscaba respuestas sobre lo que ocurrió la noche en que la sala psiquiátrica se transformó en un infierno.

Cruzó el umbral con una linterna en mano, cada paso levantando polvo de un suelo que había olvidado la sensación de ser pisado. Los pasillos parecían extenderse infinitamente, como si el espacio hubiera cambiado desde su última visita. ¿Era su memoria la que lo traicionaba o el edificio jugaba con él?

Encuentro con Eduardo

En su camino encontró a Eduardo, un hombre robusto con un rostro curtido por los años, contratado como guía local. “Este lugar tiene vida propia”, dijo Eduardo mientras encendía un cigarrillo, ignorando los letreros de “Prohibido Fumar” que todavía adornaban las paredes. “La gente del pueblo dice que los gritos aún se escuchan en las noches sin luna. Pero no es cosa de fantasmas; es algo peor. Es la culpa que se pega en las paredes.”

Adrián no respondió. Estaba demasiado ocupado estudiando las sombras que se movían donde no debería haber nada. Eduardo siguió hablando, pero sus palabras se mezclaron con los recuerdos que comenzaban a surgir: un niño llorando, una mujer gritando que quería salir, el eco de sus propios pasos huyendo cuando todo se desmoronó aquella noche.

Se separaron al llegar a la sala psiquiátrica. Eduardo pareció incomodarse, como si el lugar tuviera un peso diferente. “No voy más allá. Si algo te pasa, grita fuerte. Pero dudo que alguien te escuche.” Y con eso, desapareció por el pasillo.

Los Secretos de la Sala Psiquiátrica.

La sala estaba tal como la recordaba, pero más vacía, más grande, más amenazante. Los muebles habían sido arrastrados en direcciones incongruentes, como si un torbellino invisible hubiera pasado. En una esquina, Adrián encontró un expediente médico. La carpeta estaba desgastada, pero su nombre estaba en la etiqueta: “Caso Morales”. Abrió las páginas con manos temblorosas.

Dentro había dibujos. No eran de pacientes, sino suyos. Retratos de rostros distorsionados por el miedo, nombres que había olvidado escritos con tinta roja. Recordó vagamente las noches sin dormir, los días donde el cansancio lo llevó a decisiones cuestionables. Pero lo que más lo perturbó fue un dibujo al final: su propio rostro, con una mirada vacía y una sonrisa que nunca había llevado.

Un ruido lo hizo volverse. Una figura estaba de pie al otro lado de la sala. Era una mujer, con un camisón blanco y cabello que le caía sobre el rostro. “¿Señora?”, preguntó Adrián, pero su voz se perdió en el eco.

Ella levantó la cabeza. Sus ojos eran pozos negros, y su boca se movía sin emitir sonido. Entonces, con un movimiento abrupto, apuntó hacia un armario en la pared.

La Grabación Reveladora

Adrián abrió el armario con las manos sudorosas. Dentro había una cámara de video vieja, una que reconocía del hospital. La encendió, y la pantalla parpadeó antes de mostrar una grabación. Era la noche del brote.

El video mostraba a pacientes gritando, médicos corriendo. Y allí estaba él, administrando un medicamento. Pero algo estaba mal: repetía las dosis, cada vez más grandes, hasta que los pacientes empezaron a convulsionar. Entonces lo vio. Una sombra tras de él, un reflejo oscuro que guiaba sus manos.

Adrián cayó de rodillas, la cámara resbalando de sus manos. Todo lo que había negado, todo lo que había enterrado en su mente, estaba allí: él había sido el catalizador. El brote no fue un accidente; fue una consecuencia de sus decisiones. Y la sombra… ¿era real o solo su locura manifestándose?

La figura de la mujer se desvaneció, y las luces del hospital parpadearon. Los pasillos se llenaron de voces susurrantes, y el olor a desinfectante se mezcló con el hedor a carne quemada. Adrián intentó correr, pero los pasillos parecían doblarse, llevándolo siempre de regreso a la sala psiquiátrica.

¿El Fin de Adrián Morales?

Cuando Eduardo lo encontró horas después, Adrián estaba sentado en el suelo, murmurando palabras incoherentes y aparentemente vacías. En sus manos sostenía un espejo roto, y su rostro reflejado en los fragmentos le devolvía una sonrisa que no era suya.

Esa fue la última vez que alguien vio al Dr. Morales. Algunos dicen que se convirtió en parte del hospital, que su sombra aún se desliza por los pasillos, susurrando secretos a quienes se atreven a entrar. Otros creen que nunca salió porque nunca estuvo allí; tal vez siempre había sido un eco de su propia culpa, atrapado para siempre en los confines del Hospital San Gabriel.

Deja una respuesta