Había una vez un chico llamado Alex, un tipo tranquilo que pasaba la mayor parte de su tiempo jugando videojuegos y viendo películas de terror. Era un solitario, pero eso no le molestaba mucho, porque encontraba refugio en su mundo virtual.
Finalmente, un día, Alex conoció a una chica online llamada Sarah mientras jugaba su juego favorito. Se hicieron amigos rápidamente y pasaron horas charlando y jugando juntos. Compartieron risas, secretos y sueños. Alex empezó a sentir algo por Sarah, algo que no había sentido en mucho tiempo: amor.
Decidieron conocerse en persona, así que organizaron una cita en el parque de su pueblo (ambos residían en la misma localidad). Alex estaba nervioso pero emocionado, llevaba su camiseta de videojuegos favorita y trataba de parecer genial. Cuando Sarah llegó, la vio con una sonrisa radiante y un brillo en sus ojos que lo dejó sin aliento.
Pasaron un tiempo maravilloso juntos, caminaron de la mano, se rieron y compartieron sus historias de vida. Era como un sueño hecho realidad para Alex, y estaba completamente enamorado. Pensó que finalmente había encontrado a alguien con quien podría compartir su vida y superar su soledad.
¿Alex había encontrado el amor de su vida jugando videojuegos?
Pues no. Como es habitual en este tipo de historias, algo tenía que salir mal… Un día, Sarah dejó de responder a sus mensajes y llamadas. Alex se preocupó y trató de ponerse en contacto con ella de todas las formas posibles, pero no obtuvo respuesta. Se sentía devastado y confundido.
Finalmente, después de semanas de intentos desesperados, Sarah le envió un mensaje. Era breve y frío, diciendo que ya no quería tener nada que ver con él. Alex se sentía como si le hubieran arrancado el corazón. No entendía por qué ella lo había rechazado de esa manera, y el desamor lo sumió en una profunda tristeza. Y lo cierto es que no había un motivo específico; Sarah se había cansado de Alex y por ello, lo desechó sin pestañear.
A partir de ese día, Alex se obsesionó aún más con su mundo virtual, jugando videojuegos sin parar para escapar de la realidad y olvidar su dolor. Pero siempre que miraba la pantalla, veía a Sarah, la chica que creía que sería su felicidad, pero que terminó siendo su pesadilla.
Y así, Alex se convirtió en un fantasma de la vida real, un alma atormentada por el desamor. La última vez que se supo de él, todavía estaba perdido en su mundo virtual, buscando una salida de su propio infierno personal.
Esta historia de «terror» tiene una moraleja: El desamor puede ser tan aterrador como cualquier monstruo sacado de una película de terror, y a veces, las heridas emocionales pueden ser más profundas que cualquier cicatriz física. Ten cuidado con a quién entregas tu corazón, pues vivimos en una sociedad más fría y distante que el congelador de la abuela.